Abría septiembre
el dilatado campo de las fragancias y las luces.
El aire confesaba el amor de las flores
y la fuerza combatiente
de suspiros contenidos.
¡Y quién era yo para presentar batalla!...
¡Me rendía a lo bello
redimido del temor!
Quién era yo para juzgar
el sexo intempestivo en las esquinas/
o la precocidad ostentosa de las jóvenes...
¿Sabré, acaso, si ha de florecer
de las ruinas
lo silvestre inesperado?
Abierta sobre el cáliz
la rosa no espera/
no mezquina su candor
ni su perfume.
¡Y por eso los titanes sedientos de mi alma
se bebieron tu sangre/
con mi sangre!...
y devorado fue tu corazón
con el mío.
¡Oh, ciclópea del amor la pasión desbocada!
Galopó
hacia la rosa más íntima de tu ser/
y nací de nuevo
con la esperanza de tus ojos
con la rama perfumada de tu cuerpo.
¡Oh, verdor
que colorea y sacia
al hambriento otoño del espíritu y la carne!
¡Crepúsculo y aurora que se enlazan
con los ávidos brazos de los amantes!
...Sé que volverá septiembre
como vuelve la vida a los huertos.
Sé que volverá/
trayendo libertad bendecida
a la rosa fresca/
a la ignorada flor
en el jardín de los reyes.
Volverá lo sé
hecho dios del fuego y la ternura
con el cáliz servido
para el brindis real del amor.
Autor: Juan Carlos Luis Rojas